Las cuatro mujeres de Dios: la puta, la bruja, la santa y la tonta


Por Elena Pasca, 8 de marzo de 2011

Esta traducción sólo recoge un fragmento del artículo mucho más amplio de Elena Pasca, que se puede consultar en francés en el siguiente enlace: http://pharmacritique.20minutes-blogs.fr/archive/2011/03/08/misogynie-culturelle-et-medicale-le-livre-de-guy-bechtel-les.html#more

Una de las funciones esenciales de la perspectiva histórica actual está circunscrita por la fórmula de Vladimir Jankélévitch: “la negación por la historia”… ¿Por qué? Para saber cómo los acontecimientos sociales han sucedido de una forma y no de otra, y aprender de las luchas feministas que se han dado entre nosotros, y que pueden ir decayendo poco a poco si no nos damos cuenta que el proceso de liberación de la mujer es tal, una lucha diaria, y no un estado adquirido de una vez para siempre.

Hablamos de las mujeres que llevan el burqa, que son torturadas físicamente, eliminadas, Y las imágenes nos desvían del abismo inaceptable que existe entre nosotros -que sin embargo aspiramos a ser progresistas y lúcidos, que creemos haber salido de la barbarie- entre los derechos de las mujeres y de los hombres. El libro de Guy BetchelLa cuatro mujeres de Dios: la puta, la bruja, la santa y la tonta” (en España editado por S.A. EDICIONES B, año 2001, pero se encuentra descatalogado) nos traza una historia de torturas morales, humillaciones y coacciones infligidas a las mujeres por el cristianismo, particularmente en su variante católica. Es una consecuencia de la diabolización de las mujeres, consideradas seres maléficos e impuros, raíz de todos los dolores, lo que justificaría realizar en ellas las penas más sofisticadas, quedándose de este modo como una minoría, incapacitadas civilmente y sometidas a una vigilancia y un control omnipresente.

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La medicalización del cuerpo y el psiquismo de la mujer, blanco principal del farmacomercio

Hablo de una herramienta del marketing, esta normalidad ilusoria, una herramienta que utilizan los médicos que representan los intereses de los laboratorios farmacéuticos ( que les pagan e influyen sobre ellos de diferentes modos) que la aplican en la práctica, dándola realidad, erigiéndola en norma, con todos los daños somáticos y psíquicos que pueden acarrear. Estos daños serán un pretexto para vender más medicamentos, tales como los medicamentos psicotrópicos para tratar de normalizar el psiquismo, borrar los altibajos percibidos como patológicos, aminorar el efecto de las fluctuaciones eventuales hormonales y fisiológicas, tratar la depresión y la ansiedad inducidas por las diferencias entre las características de cada una de nosotras y las superwoman, como modelos impuestos de ideal de mujer, aunque sin referirse explícitamente a las mujeres. Alain Ehrenberg lo denuncia muy bien en sus libros: “la “abrasión química” de los dilemas, humores, los estados que dan forma a la subjetividad que no es uniforme en todos los casos, a menos que se desee ver como una muerte psíquica, la línea plana del electrocardiograma de un difunto …”.

La Industria Farmacéutica está preparada para toda suerte de invenciones, con todo una panoplia de técnicas de marketing conocida bajo el nombre de disease mongering (promoción de enfermedades). Basta con pensar en la medicalización de los estados fisiológicos, tales como la menopausia, la cuantificación, la estandarización y la unificación de las diversas características de las mujeres.

A título de ejemplo se pueden ofrecer varios: el deseo está determinado por la cantidad, el físico está estandarizado, el envejecimiento (fragilidad de los huesos, disminución de ciertas capacidades, etc) se concibe como una enfermedad ante la que hay que prevenirse, a la que hay que tratar, unificando todo de una manera arbitraria. No se plantean qué factores influyen en el deseo, porque ya se tiene una respuesta, la que ofrece un negocio: “habría una confusión sobre la llamada disfunción sexual femenina, siendo la ocasión para recetar unos antidepresivos reciclados y cuya patente expira, encontrando entonces un mercado para unos psicotrópicos ya inútiles…”.

Por su complicidad y sus prescripciones interesadas, los médicos son los instrumentos, la mayoría de las veces voluntarios o que consienten este comercio, de este medio de control social y de opresión, no inmediatamente identificable como tal, pero muy eficaz. Recordemos los dicho sobre la medicalización de la menopausia, que se debe a los lazos financieros entre los médicos y las empresas farmacéuticas: una prescripción masiva de tratamientos hormonales substitutivos que inducen en un aumento del cáncer de pecho y de otros efectos secundarios nocivos para la salud de las mujeres.

Una epidemia de efectos secundarios debido a los tratamientos que pocas veces se justifican están llegando probablemente por obra de la llamada pseudo-prevención, detrás de la cual sólo se esconde comercio: “el tratamiento preventivo de la densidad ósea, la osteopenia. El tratamiento que se realiza por las medicinas de la clase de los bifosfonatos están lejos de no tener efectos indeseables, tales como fracturas atípicas, osteonecrosis de las mandíbulas, dolores articulares y musculares, que pueden ser irreversibles”.

El abuso de la prevención es un tema muy amplio, que comprende desde las inútiles mamografías, pero que sin embargo exponen a riesgos acumulados, las vacunas que dicen proteger contra el cáncer de cuello de útero, que no es otra cosa que una vasta experimentación sobre las muchachas.

La misoginia de la medicina: una psicosomática a dos bandas, y la hipertrofia de una medicina obsoleta e incapaz de reconocer su ignorancia.

Desde siempre, la medicina ha dado pruebas de una misoginia incorregible, que tiene sus raíces en las culturas y mentalidades cuya religión es un determinante esencial. Las religiones son para la gran mayoría no sólo misóginas, sino incluso ginófobas.

Betchel nos lo explica mediante una imagen: la alianza objetiva entre el cura y el médico. Ambos participan en la opresión de la mujer dando argumentos de autoridad – autoridad divina más que científica- para así apuntalar la presunta inferioridad de las mujeres y reducirlas a su función de una ayuda para los hombres: un útero sobre dos piernas que llena las iglesias y de bullicio las cocinas, según la fórmula “3k”, que definía la feminidad según los eclesiásticos alemanes: Kinder, Küche, Kirche (niños, cocina, iglesia).

Y si la misoginia es menos evidente en la medicina actual no es porque ésta haya desaparecido. No, se adaptó maravillosamente a los tiempos, actualizada, transformada. Siendo más eficaz, desde luego. La medicina puede parecer un aliado, sobre todo para los que quieren ver a las mujeres como eternas víctimas, plantas frágiles que necesitan protección, después de haber reconocido sus especificidades ( leen debilidades) constitucionales. Es la “famosa diferencia biológica” …, para justificar diferentes comportamientos con respecto a las mujeres, que tengan diferentes derechos, que rompan la universalidad de la ley común, dividiendo a la ciudadanía en dos: fuertes y débiles.

De ese modo los estudios de género subrayan la “doble socialización” (Regina Becker-Schmidt)- y la doble dominación- ejercida sobre las mujeres: de tipo familiar/masculino, pero también de tipo económico/capitalista.

La medicina es un instrumento eficaz en ambos sentidos para esta doble socialización y dominación, ya que utiliza su papel prescriptivo volviendo al papel de madre, y por la inculcación de un estándar para las mujeres, al cual deben ajustarse, mediante psicotrópicos, tratamientos hormonales, regímenes o cirugía estética.

En otro orden de cosas, diremos que todo lo realizado en medicina, de forma consciente o no, se ha utilizado para humillar a las mujeres. Pensemos en los procedimientos ginecológicos, tales como la posición en el parto, o durante los exámenes clínicos, donde sólo cuenta la comodidad del médico… Y así sucesivamente.

La medicina interviene activamente para imponer “deberes”, y cruza permanentemente la barrera entre los hechos científicos ( más o menos demostrados) y los requisitos éticos, por ejemplo, la lactancia. En la práctica, se convierte en un imperativo ético, un deber moral que se lleva a cabo bajo pena de culpabilización.

Recuerdo todas las críticas que recibí cuando dije esto es una lista de discusión de Formindep / Prescrire, cuando una redactora de la revista hizo publicidad para un coloquio coorganizado por Prescrire sobre la ética (?)de la lactancia.

En las generalmente fuertes discusiones, me di cuenta de cómo la mayoría de los médicos consideran que su papel en el asunto sería prescriptivo en el sentido ético ( en el sentido de todas estas éticas arbitrarias y competitivas, traduciendo a su particular particularismo de los principios morales). Culpan a la presión y las mujeres basándose en el bien supremo del niño. Este es un ejemplo más de la perversión de la función social de la medicina y la similitud entre el comportamiento del sacerdote y el médico …

La ecología profunda y desproporcionada, en general contribuye a esta culpabilización. Basta con pensar en los pañales de tela (lavables)…

Uno de los mejores ejemplos es la tendencia de los médicos franceses para prescribir los psicosomáticos Monoprix: diciendo que “está en la cabeza,” cuando una mujer se queja de algo que no es inmediatamente diagnosticable, etc.

El número de errores médicos cometidos de esta forma es imposible de estimar. El dolor y el sufrimiento infligido a las mujeres, despreciadas y humilladas, además de que no se alivia el sufrimiento, porque no se reconoce. Es sorprendente cómo las teorías más extravagantes – y cuyos fundamentos psicológicos no existen, para los que conocen el cuerpo sólo en teoría – a cargo de los doctores y charlatanes, donde han encontrado un buen filón.

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